11.12.09

Programación neurolingüística

Una pena, lo de Vila-Matas. Tan capaz y tan aburrido. Haced la prueba: coged cualquiera de sus textos, copiadlo en una hoja en blanco y subrayad a dos colores; con rojo las acciones -verbos- que el autor/narrador lleva a cabo de cuello para arriba, y con verde las de cuello para abajo. Veréis qué diferencia. Su último artículo para El País Semanal, "La lluvia en Brighton", sin ir más lejos, es el culmen de lo que estoy diciendo. "Recuerdo", "veo", "pensé", "me parecía", "sentí", "había previsto", "reparé", "me acuerdo", "comprendí", "había leído" y la gran cabriola "escapé del guión y pasé a modificar los aspectos más ásperos de lo que pensaba" van en rojo. "Escribí", "me acercaba a la ventana" y "bajé (...) al supermercado a comprar café", en verde, en un exceso.

Entiendo que no se aprende a escribir en la calle sino con una pierna esposada al escritorio. Pero también entiendo que si no pisas la acera pronto no habrá nada sobre lo que escribir. La habitación de hotel, el barito de turno y la mollera de uno pueden servir de filón por un tiempo, pero cuando los pensamientos empiezan a retroalimentarse (solo en ese texto hay quince palabras que derivan del verbo pensar), es como cuando el cuerpo humano empieza a absorber las proteínas de sus propios músculos tras varias semanas de ayuno. También se parece a comerse los mocos, y a hablar de los muertos.

¿Por que no escribe directamente tratados de filosofía, o se crea un alter ego pelín más sanguíneo, o tira de invención en vez de vivencia? ¿Por qué nos martiriza con esa primera persona rumiante y pasiva, observadora y estanca? ¿Por qué no aprovecha todo su ingenio y estilo para salir del huevo?
Me conformaría, de verdad, con leerle un puñetazo encima de la mesa.

(En la imagen, "Insomnia" de Jeff Wall.)

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